Todos los escritos
“Pero el ángel le dijo: Zacarías… tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento porque será grande delante de Dios… Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos” (Lucas 1:13-16)
“Yo soy Jesús… Levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti” (Hechos 26:15-16)
Dios tiene planes maravillosos con cada uno de nosotros. No existen vidas insignificantes para Dios, sino que para con todo ser viviente, tiene proyectos que hacen que ninguna vida carezca de sentido. Obviamente, para que esos planes se cumplan, uno debe aceptar el llamamiento del Señor, como dijo Pablo: Yo “no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:19)
Algunos dirán: Esos fueron casos especiales, con misiones especiales. No todos somos Jeremías. Lógicamente, no todos tenemos los mismos dones, ni estamos llamados a cumplir las funciones de Jeremías, Juan o Pablo, pero todos sin excepción, desde que creímos en Cristo, tenemos cosas para hacer que nos son propias, “buenas obras creadas de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10)
Tenemos que pensar que, así como ninguna persona puede vivir una viva plena viviendo sin Dios, porque no le encuentra el verdadero sentido a la vida. Tampoco, se encuentra sentido, si, aunque reconciliado con Dios, el creyente, desconoce su llamado, y vive una vida pasiva, como simple oyente, sin conocer la obra que esté llamado a hacer.
Los creyentes debemos hacer todo para la gloria de Dios, pero dentro de todas esas cosas, habrá algunas que son las que al hacerlas nos llenan el alma, y aunque impliquen sacrificio, uno las hace con gozo. Eso es un buen indicador para saber que Dios nos ha llamado a ese ministerio.
Pensamientos para reflexionar
