“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; prended a hacer el bien… Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos…” (Isaías 1:16-20)
Dios hizo al hombre recto (Eclesiastés 7:29) pero éste se pervirtió a causa del pecado y ese pecado pasó a todos los hombres. (Romanos 5:12) Por lo tanto, el hombre nace vinculado a Adán y con el pecado como una herencia desde su concepción (Salmo 51: 5) A esa triste realidad nadie escapa. Por eso la Biblia declara que todo hombre es pecador. El hombre no es pecador porque peca, sino que peca, porque es pecador. Su naturaleza humana, se transformó en una naturaleza pecaminosa, dominada por el pecado.
Por eso Dios llama al hombre al arrepentimiento para salvarlo, diciéndole: “Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien…” Pero luego agrega, “Venid luego dice Jehová y estemos a cuenta…” (Isaías 1:16-18) Porque sin Dios es imposible que el hombre deje lo malo que lleva dentro y que no puede evitar hacer, aunque nadie le haya enseñado. Tengamos en cuenta que un niño aprende a enojarse, a golpear, e incluso a mentir antes de aprender a hablar. Sin embargo, para hacer lo bueno debe ser enseñado.
Por lo tanto, dejar lo malo y aprender lo bueno no está en las posibilidades del hombre por sí mismo, sino que se produce por obra de Dios.
Si quisiereis y oyereis, recibiréis ese bien, “si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos” (Isaías 1:20) “Porque el que rehúsa creer… no verá la vida (Juan 3:36)
Pensamientos para reflexionar