Nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo” (Esdras 9:6)
¿Cuánto pesa el pecado? Fue la pregunta burlona que algunos jóvenes le hicieron a un predicador del evangelio. Este les respondió que no sentir el peso del pecado, era una señal clara de estar muerto.
Efectivamente, los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa y luego nos manifestamos como declara la Biblia: “Muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1,5) (Colosenses 2:13)
Un muerto no siente la diferencia del peso que pudiéramos cargarle sobre su pecho, es completamente indolente. Así sucede con los hombres que están muertos en sus pecados. No sienten el peso, sólo sus consecuencias, pues como suele decirse. <Uno puede hacer lo que desee, lo que no puede hacer es evitar las consecuencias>
Para el creyente, es distinto, siente el peso del pecado, pues interrumpe su comunión con Dios y las bendiciones que derivan de eso; como lo son: el gozo, la paz, la tranquilidad…
Un creyente en pecado siente dolor y mientras permanezca sin confesar su pecado ante Dios, se atormentará en su falta, y aunque quiera justificarla no podrá. Su humor cambiará, sus nervios se desestabilizarán, porque el peso del pecado es demasiado grande.
David dijo: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día” (Salmo 32:3) “Vuélveme el gozo de tu salvación…” (Salmo 51.12)
Hasta que halló paz confesando su pecado. (Salmo 32:5) (1 Juan 1:9)
Pensamientos para reflexionar