“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1.12)
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23)
Todo cristiano renacido es una manifestación de la vida de Cristo a quien está unido de una manera vital. Por lo tanto, tiene hábitos y costumbres que muestran claramente a quién pertenece. Pero, ¡Cuidado! tal como suele decirse: No todo lo que brilla es oro.
La crianza que las personas reciben, las pautas culturales entre las cuales crecen y se forman, hacen también que parezcan realmente creyentes, pero quizás solamente lo sean, en el sentido de que las personas en cuestión no niegan la creencia de Dios, el valor de la Biblia etc. pero eso no los hace verdaderos cristianos nacidos de nuevo.
Nacer de nuevo es la experiencia interior que hace todo creyente, cuando reconociéndose pecador y perdido, recibe a Cristo, creyendo en él como su Salvador. Por la acción del agua, figura de la Palabra y la acción del Espíritu (Juan 3:5) la persona experimenta un nuevo nacimiento, una renovación completa y entra en el reino de Dios salvo para siempre.
Las personas nacidas en un hogar cristiano que frecuentan las reuniones cristianas desde muy chicos, tienen un gran privilegio, porque eso los guarda de caer en las profundidades de Satanás y del pecado, pero ellos también necesitan hacer una realidad y confirmar lo que desde niño han creído con respecto al Salvador. Ellos también necesitan tener un encuentro personal con Cristo, reconocerse como pecadores perdidos y nacer de nuevo.
Pensamientos para reflexionar