“Y yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os alimenté con leche, no con manjar sólido; porque no erais capaces de ello; y ni aun todavía sois capaces; porque sois todavía carnales: pues mientras haya entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, andando según el uso de los hombres? Pues cuando uno dice: Yo soy de Pablo; y otro: Yo soy de Apolos; ¿no sois como hombres mundanos? (1 Corintios 3:1-4)
El hombre descendiente de Adán, nace con una naturaleza pecaminosa. Ese hombre es llamado en las Escrituras, hombre natural, u hombre animal. Ese hombre cambia, cuando se convierte a Cristo y nace de nuevo. Pues unido a Cristo tiene una nueva posición. Deja de ser un hombre carnal para ser reconocido como un ser espiritual. Es decir, que camina en el Espíritu, en la fe y la obediencia, no andando según la carne.
Según la Biblia un creyente, puede conducirse gobernado por la carne, y estar en una condición carnal. Su posición es espiritual, pero su condición, en un momento determinado puede ser carnal, si está dejándose gobernar por la carne. (1 Corintios 3:3) Pero eso será solo por un tiempo porque, Dios lo corregirá. Por eso, no existen como algunos dicen dos clases de creyentes: Los espirituales y los carnales. El creyente es espiritual. La carnalidad, es una anomalía para quien es un verdadero creyente y tiene que corregirla.
Dios quiere que todos sus hijos sean maduros y espirituales. La madurez requiere tiempo. No se adquiere al convertirse, sino que es la parte de los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5:14) En cambio, la espiritualidad, requiere dedicación. Vivir una vida según Dios, en santificación, pues una vida apegada a Dios, hace que el creyente viva de manera espiritual.
Pensamientos para reflexionar