
“Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15:19)
“Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago” (Gálatas 2:18)
La conversión es la obra de Dios que nos lleva a dar un giro de 180°. Es un cambio radical que experimenta quien confiesa a Cristo como su único y suficiente Salvador habiendo pasado de la muerte a la vida.
La conversión es tan notable que produce el rechazo de los que no tienen a Cristo, “A quienes les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan” (1 Pedro 4:4)
Ahora bien, el convertido debe saber que siempre será arrastrado por los que tiene a su alrededor y debe estar preparado “para presentar defensa con mansedumbre… ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15)
Los allegados, principalmente los familiares y amigos, harán como que comprenden que ahora somos cristianos, pero no comprenderán que eso sea nuestra vida. Ellos comprenderán nuestra fe, como comprenden a quien es simpatizante de otro equipo de fútbol, o de otro partido político, sin que eso cambie la relación. Por eso nos invitarán a lugares donde no tenemos que ir y a hacer cosas que ya no debemos hacer, y se enojarán y tomarán nuestras negativas como religiosidad, no como fidelidad a Cristo.
Sabiendo esto de antemano, debemos mantenernos firmes recordando lo que dice la Escritura: Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. (Jeremías 15:19)
Pensamientos para reflexionar