“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1 Corintios 6:13)
“Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:20 y 7:1)
La Biblia nos habla de contaminación de carne y de espíritu.
¿Qué quiere decir la Escritura con contaminación de carne y de espíritu? Sencillamente que debemos guardarnos totalmente de todo aquello que nos ensucia y nos contamina, sean cosas de la carne o del espíritu. Por cosas de la carne debemos pensar en todas las formas de impurezas que pasan por lo físico. Vivimos en un tiempo cuando todo incita a los sensual, a lo impúdico ya sea la forma de vestir, la de moverse, la de hablar, provocando deseos carnales en quienes lo puedan ver. Y por contaminación de espíritu a todo lo que hace a nuestro ser interior. A todo lo que contamina nuestros pensamientos. A todo cuanto ensucia nuestra mente.
El cuerpo del creyente es templo del Espíritu, por lo tanto, debe guardarse puro y santo. Está mal contaminarlo con lo que lo daña, con vicios o por gula, pero mucho más con el pecado de cualquier impureza física, como claramente lo enseña la Biblia.
El espíritu, que es la parte inmaterial del ser, base de su inteligencia y de sus pensamientos (Job 32:8) también debe mantenerse puro. Hay cosas que al verlas o escucharlas contaminan la mente, ensucian los pensamientos, generan codicias e incitan a la rebelión y el pecado. De todas estas cosas el cristiano debe limpiarse para practicar la santidad en el temor reverente de Dios.
Pensamientos para reflexionar