“¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha…
Ahora, pues, ¿qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Éufrates? Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (Jeremías 2:18,19)
En el capítulo 2 del libro de Jeremías, pueblos son puestos como ejemplo, para hacerles ver que ninguna nación ha dejado a sus dioses, a pesar de que esas naciones no tenían a Dios, sino ídolos. Y que ellos que tenían al verdadero Dios, lo habían dejado negándose a servirle y a obedecerle. Naturalmente, luego que uno se niega a seguir a Dios, vienen las consecuencias y ante las consecuencias, uno se lamenta y se queja.
Por medio del profeta Jeremías, Dios les pregunta: ¿Qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Éufrates? (Jeremías 2:18) Esta pregunta nos tiene que hacer pensar: ¿Cuántas veces sufrimos porque debemos soportar cosas que se nos hacen pesadas? Y allí reconocemos que esas cosas no son las que Dios tenía en su consejo para nosotros, sino las que ahora debemos soportar por haber desobedecido los mandamientos de Dios. ¿Por qué tener que beber el agua del Éufrates? Por haber sido conducido por el pecado hasta Asiria, no porque Dios se los hubiera deseado.
Reconozcamos que muchas cosas sufrimos por haber sido desleales a Dios, y cuando nos toca sufrir alguna de las consecuencias de eso, clamemos a Dios, reconociendo nuestro pecado, que él es grande en misericordia. Y la misericordia triunfa sobre el juicio (Santiago 2:13)
Pensamientos para reflexionar