“Y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará” (Eclesiastés 11:3)
“Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24)
Las personas sin Cristo, cuando imaginan el cielo, lo ven como un lugar aburrido, con gente con la cual no les interesa estar ni compartir nada. Eso es normal, porque para desear las cosas santas y puras del cielo, donde no entrará nada inmundo, se necesita aptitud y esa aptitud no la tiene el hombre pecador. Por eso los salvos alabamos a Dios diciendo: “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:12) Si Dios no nos hubiera hecho aptos para esas cosas, jamás le encontraríamos atractivo, que es lo que le pasa al hombre natural.
Cuando una persona muere, su cuerpo vuelve al polvo, pero su espíritu vuelve a Dios (Eclesiastés 12:7) Si esa persona mientras estaba con vida creyó en Jesucristo como su Salvador, pasa a la presencia de Dios, como una persona limpia y lavada de sus pecados. Si la persona que parte de este mundo, nunca aceptó a Cristo como su salvador, pasa al más allá con la carga de sus pecados, pero por sobre todas las cosas con la terrible carga de condenación por haber rehusado a Cristo. (Juan 3:36)
Mientras vivió en esta tierra pudo haber cuestionado todo, pero en el más allá se le abrirán los ojos y verá las cosas tal como son, aunque ya será demasiado tarde para ser salvo.
Pensamientos para reflexionar