Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. (Lucas 16:22,24)
Algunos incrédulos piensan que después de la muerte, en el caso de que existiera un más allá, ellos irán a un lugar donde seguirán siendo las mismas personas, con sus mismos gustos e inclinaciones, donde no se encontrarán solos; sino que se volverán a juntar con todos aquellos que compartieron en esta vida su vida y sus fechorías.
Esas personas deben saber que las cosas no son así. La Biblia, fuente divina de autoridad, nos hace ver que en el más allá nadie seguirá viviendo en la carne, manejado por sus pasiones incontrolables, y en la ceguera en la que vivió a causa de su estado de muerte espiritual. La naturaleza malograda del hombre, y transformada en pecaminosa a partir de la introducción del pecado en el mundo, no se manifestará en la presencia de Dios. Por eso que los incrédulos al morir no están en el Hades jugando a las cartas, bailando ni jugando al futbol, El hombre, al morir, sufre la separación de su parte física (el cuerpo) que volverá a la tierra de donde fue formado; de su parte inmaterial (el alma y el espíritu) que vuelven a Dios que los dio. (Eclesiastés 12: 7) Pero ese ser espiritual que vuelve a Dios toma consciencia de todo lo que no comprendió cuando estaba en la tierra, y lo primero que experimenta es el terrible espanto del remordimiento.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar