“Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:20,21)
“¿Quieres tú seguir la senda antigua Que pisaron los hombres perversos?… Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien” (Job 22:15 y 21)
Los creyentes siempre encontramos a personas que se burlan de nuestra fe, nuestro modo de vivir y pensar. Quienes, inclusive, cuando pueden perjudicarnos lo hacen sin contemplación. Ante la burla, o cualquier forma de persecución, muchas veces nos enojamos, pero no debemos hacerlo, sino que tenemos que sentir compasión por ellos, porque son personas sin Dios, que sufren y están muy dañadas por el pecado.
Debemos siempre recordar que es terrible vivir alejados de Dios, y ellos lo están. Podrán disimular sus deseos y carencias, resaltando sus “logros” pero por dentro son corazones tristes, cansados, sin paz. Llenos de recuerdos que los lastiman, sentimientos de culpa y de esa falta de perdón que los atormenta e irrita. Aunque aparenten estar bien, están mal. Por eso se portan así, porque tienen algo que los carcome por dentro.
Ellos necesitan a Cristo, encontrarle sentido a la vida, sentirse amados y poder confiar, porque están tan decepcionados de todo, que piensan que todos son malos, envidiosos y falsos.
Tenemos que orar por ellos y presentarles a Cristo. Hay un cántico que dice: ¿A quién pues acudir? ¿Quién nos diera su paz, su perdón su clemencia, para el alma aliviar de un peso agobiador? Y la respuesta siempre es igual: Solo Cristo satisface al transido corazón.
A ellos debemos decirles: ¡Alma que sufres, necesitas a Cristo! ¡Vuélvete a Dios! Que él tendrá de ti misericordia y te salvará.
Pensamientos para reflexionar