“Comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán”
Dijo Jesús: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron… Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:49 y 51)
El maná fue el alimento del pueblo de Dios. El pan del cielo. Figurativamente, comer el maná es alimentarnos de Cristo (Juan 6:51) El Cristo que encontramos en las Escrituras y que alimenta la vida de los creyentes.
El maná se recogía diariamente. “Lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía” (Éxodo 16:21) Esto nos enseña sobre la necesidad de meditar las Escrituras cotidianamente, antes de cualquier otra actividad, si no, si lo dejamos para después, posiblemente por el cansancio y las ocupaciones se nos esfume.
Otra cosa importante a tener en cuenta, es que cada persona debe buscar la porción que pueda comer. no podemos juntar de más, ni conformarnos con menos. No podemos leer un día para toda la semana, ni leer y meditar tan poco que a las horas de haber leído no recordemos lo meditado.
“El pueblo se esparcía y lo recogía, y lo molía en molinos o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas; su sabor era como sabor de aceite nuevo” (Números 11:8) Esto nos muestra la necesidad de escudriñar lo que leemos, como quien muele algo en el mortero y lo desmenuza para poder aprovecharlo mejor. Nos enseña acerca de las distintas formas que podemos meditar la palabra y gustar exquisiteces, con sabor a nuevo.
Pensamientos para reflexionar