“Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: …He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18)
“Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Filipenses 1:19,20)
Los creyentes tenemos la bendición de poder dirigirnos a Dios en oración y pedirle por nuestras necesidades en el nombre del Señor Jesús, sabiendo que Dios responde a nuestras oraciones.
Sin embargo, hay veces que, sin estar pidiendo mal, sin estar pidiendo para “gastar en nuestros deleites” (Santiago 4:3) de manera carnal y egoísta, nuestras oraciones parecen no tener respuesta.
En realidad, Dios siempre responde. A veces, con un SI. Otras veces con un NO, o en oportunidades con un ESPERA. Esta espera es quizás la respuesta que más nos cuesta recibir de parte del Señor, porque requiere de nosotros seguir esperando con fe aquello que aún no vemos, pero que, sin embargo, para la fe es una realidad, porque “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11.1)
Por eso, no hay que desesperar. Hay quienes tienen una tremenda fe en la oración, y hay quienes oran, pero su fe solamente está puesta en Dios, quien escucha esas oraciones. Quienes depositan su fe en la oración, como si fuera un talismán, al no recibir la respuesta deseada se encuentran confundidos. En cambio, los que oran confiando en Dios, saben, cómo los amigos de Daniel o Pablo, que, si Dios permite que las cosas sucedan como no esperábamos, su gracia estará allí presente para sostenerlos y todo contribuirá para bien.
Pensamientos para reflexionar